Como para muchas personas de su generación, la Segunda Guerra Mundial ha sido el objeto de dedicación de John Lukacs. Él, como otros, debió vivir no sólo la guerra misma, sino los que quizás fueron sus rasgos más agresivos. De crianza católica, pero de madre judía, Hungría -su país natal- lo etiquetó como racialmente judío y se le obligó a trabajar en batallones de segregación. Su formación sería siempre católica, religión de la que hasta hoy sigue siendo practicante. En 1946, después de haber escapado a una serie de situaciones que pudieron significar su arresto y muerte, se radicó en Estados Unidos.
La adaptación a este nuevo país no fue tan compleja. Él mismo cuenta que todo se debió a la anglofilia de su madre, que la llevó a asegurarse de que su hijo aprendiera inglés desde pequeño, «esto era algo inusual en la Hungría de principios y mediados del siglo XX, cuando las élites querían aprender francés»[1] Asimismo, los incentivos para que ex combatientes norteamericanos llegaran a la universidad, aumentaron la demanda por profesores, así que Lukacs pudo optar a ser académico en el Chestnut Hill College, donde fue académico hasta 1994.
La anglofilia de su madre marcaría una fuerte influencia en su enfoque profesional. Como historiador, él mismo se considera inclasificable[2] y el itinerario de creación de Cinco días en Londres da cuenta de ambos elementos. Ya en los años sesenta, «… empecé a persuadirme -nos dice Lukacs- de que los últimos días de mayo de 1940 pudieron resultar decisivos para el resultado de la Segunda Guerra Mundial»[3]. Así fue como en 1968, puso manos a la obra y escribió The Last European War 1939-1940 (publicado en 1976). Aquí, según las referencias del propio autor, dedicó su tiempo a desarrollar la idea de que los puntos decisivos del conflicto se jugaron en un período ínfimo de un año. Los cinco días de mayo, fueron analizados en tan solo tres páginas, pero tras poder revisar documentos hasta entonces clasificados[4], confirmó su sospecha de la importancia de los cinco días que mediaban entre el 24 y el 28 de mayo de 1940.
Cuando en 1989 trabajaba para su libro The Duel, el historiador pudo fijar en un punto más pequeño su investigación. Así, aguzando el ojo, logró inmiscuirse en tan solo 80 días (desde el 10 de mayo al 31 de julio de 1940) «marcados por el duelo entre Winston Churchill y Adolf Hitler»[5]. En este caso, los «cinco días de mayo» contaron con un tratamiento, más extenso, de 15 páginas. El proceso que el autor llevó a cabo tras estas investigaciones nos parece de suma importancia. En él, la relevancia de la trama seleccionada pareciera haber escapado de la arbitrariedad. Lukacs es un creyente en la hermandad de la ficción literaria y la historia, pues cree que «ambas imaginan personajes e incluso tramas, pero las atmósferas en ambas nunca son imaginarias, sino verosímiles»[6]. Así es como, en el caso de Cinco días en Londres, la selección de la coyuntura a analizar emanó espontáneamente desde la revisión de la documentación. Eliminó así el autor la arbitrariedad de la selección inicial en el objeto de estudio, habiendo dejado a los testimonios del pasado el manifestar los acentos y puntos relevantes.
Así fue como se lanzó al trabajo de comprender las complicaciones discutidas por el gobierno de Gran Bretaña entre el 24 y el 28 de mayo de 1940. La importancia de esos días se debió, «no sólo por la catastrófica situación militar en Flandes y Francia, sino también por la situación de Churchill dentro del Gabinete de Guerra, más difícil de lo que muchos, incluidos los historiadores de la época, pensaban»[7]. Lukacs se la juega por una tesis osada, pero bien fundamentada. Tras la avanzada alemana hacia Francia y Bélgica, con la que las fuerzas galas y británicas se vieron acorraladas, Gran Bretaña se arriesgaba a ser completamente derrotada, lo que implicaría el triunfo total de Adolf Hitler. Ello no ocurrió debido al triunfo de las ideas -bastante intransigentes- que Winston Churchill defendió frente al Gabinete de Guerra[8]. Así, los días antes de la evacuación de Dunquerque, serían aquellos en que Hitler estuvo más cerca de su tan anhelada victoria.
Entonces, Lukacs aborda con delicadeza una exposición de acontecimientos que podría ser, por lo bajo, tediosa. Comienza la narración con un primer capítulo titulado «La encrucijada del destino». Quizás llame la atención que este título coincida con el del cuarto volumen de las Memorias de Guerra de Churchill, pero la verdad es que la intencionalidad resulta sumamente elegante. Para Lukacs, Churchill era el único que estaba consciente de que en 1940 Hitler tenía «el as bajo la manga»[9] y que si no se actuaba con determinación, la guerra sería un total desastre. En las memorias del Primer Ministro, el cuarto volumen narra la historia, a partir de un enfoque parecido, sólo que consideró a 1942 como el año decisivo: el momento en que los alemanes comenzaron una progresiva retirada.
El problema fue, entonces, persuadir a los ideólogos del apaciguamiento de que la llegada de Churchill al poder era un alivio más que un problema. Lentamente, el autor nos va introduciendo en las problemáticas esenciales del gobierno británico, pero sin olvidar los pulsos de la opinión pública. Durante los primeros tres capítulos, observamos cómo desfilan frente a nuestros ojos, las descripciones precisas -y no siempre faltas de subjetividad- de la documentación oficial, al mismo tiempo que los titulares de los periódicos son expuestos en enumeraciones que entregan una tensión casi cinematográfica al relato.
Ya a partir del cuarto capítulo («Domingo, 26 de mayo»), vemos la acción propia de la guerra. Churchill se enfrenta sostenidamente al Gabinete de Guerra, para así conseguir posicionar con ventaja su perspectiva. En cambio, Lord Halifax -que hace las veces de antagonista-, insistía en el acercamiento a Mussolini para conseguir una paz duradera para Europa y conveniente para Inglaterra. Ambas personalidades estaban en una interesante pugna, que es más bien la de dos conservadores con enfoques muy distintos[10]. Lukacs nos hace notar que los presupuestos con los que Halifax trabajaba eran errados, pues partían de la base de que Mussolini consideraba peligroso el establecimiento de Alemania en Francia. Churchill, y su intuición arrolladora, había logrado incluso hacer ver a Neville Chamberlain de la imposibilidad de confiar en Hitler y su régimen. No había forma de salir de la crisis sino peleando, pues cualquier acuerdo dejaba a Inglaterra en un segundo plano.
En el cuadro final, Churchill se impone. Por lo mismo el último capítulo («Sobrevivir»), dedica sus reflexiones a considerar la validez de la tesis. El autor estructura la trama a partir de una pugna de personalidades [11]. Frente a nuestros ojos pasan las historias inscritas en los diarios de los protagonistas, quedando al descubierto las impresiones que tenían entre sí. Una especie de narrador omnisciente que el autor «hace hablar» a través de la presentación de los documentos. En esa pugna sicológica, Churchill vencería gracias a una característica personal: «… lo esencial de Churchill fue su capacidad de reconocer el genio de las personas. Una de las razones, no la única, de por qué los aliados vencieron a las fuerzas del Eje tuvo que ver con el hecho de que Churchill entendió a Hitler, mientras que Hitler nunca entendió del todo a Churchill»[12]. Por lo mismo, la insistencia de sostener la evacuación de Dunquerque y la majadería a la hora de decier que se pelearía hasta el último hombre , obligaron a Hitler a plantearse la guerra en otra perspectiva, considerando la derrota siempre como una invitada a cenar.
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[1] Jaramillo, Ángel. «El Final de la Edad Moderna, entrevista a John Lukacs». En Letras Libres. Septiembre. 2012, p. 51
[2] Lukacs, John. Cinco días en Londres, mayo de 1940: Churchill solo frente a Hitler. Ed. F.C.E. Madrid, España. 2001; (1999)., p. 13 (prefacio).
[3] Ibídem., p. 11
[4] Ibídem. «Fue en esa época, 1970, cuando el Gobierno británico decidió acortar la reserva sobre sus documentos oficiales, rebajándola de cincuenta a treinta años. De este modo pasé algunas semanas en Londres en 1971, principalmente en el Departamento de Publicaciones Oficiales. Y quizás fui de los primeros que leyó y trabajó sobre los documentos archivados en el Departamento correspondientes a mayo-junio de 1940».
[5] Ibídem., p. 12
[6] Jaramillo. Op. Cit.
[7] Lukacs. Op. Cit., pp. 11-12
[8] Lukacs. Ibídem. Cap. 2. Passim. En parte, la idea de «luchar hasta el final» era normal en Churchill (le granjeó enemigos y desconfianzas durante su carrera política), pero en ese momento habíase fortalecido a partir de una oposición firme a la política de apaciguamiento.
[9] Ibídem., p. 17
[10] Ibídem., p. 135 «Eran las diferencias entre dos hombres de derechas -el pragmático y el visionario, el liberal conservador y el reaccionario tradicionalista-. Ni ese ‘visionario’ ni sobre todo ese ‘reaccionario’ son necesariamente adjetivos de significación positiva en el lenguaje político inglés, de eso no cabe duda, pero en mayo de 1940, y con Hitler delante, ni el pragmatismo ni el liberalismo servían de mucho».
[11] Ibídem.
[12] Jaramillo. Op. Cit., p. 53
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