Jamás había leído a Murakami. Si no lo hice fue por cierto prejuicio. Leer autores contemporáneos me interesa poco. No porque me parezcan pueriles o vacíos. En general, es porque uno siente esa locura de querer leerlo todo en orden. Nunca se puede desear leer a tipos como Murakami si aún no se ha leído a Kafka o a Stendhal… completos, claro, cada libro y palabra. Además, hay cierta deformación profesional. Aunque jamás he sido de esos locos que rechazan la modernidad, estudiar historia te predispone a lo pretérito. La literatura contemporánea, en cambio, requiere de ese constante «ponerse al día» que me recuerda la vieja querella de los antiguos y los modernos. Simplemente no soy de los que esperan un libro que no se ha lanzado.
Jamás había leído a Murakami, hasta ahora. El motivo fue un simple impulso, una de esas historias en que el libro te elige. Había una profesora de la universidad que siempre me decía eso. Para ella, las deidades de los libros te inspiraban para que te los llevaras. Así fue como un día, en la librería del Fondo de Cultura Económica, me animé a leer a Murakami. Llevaba tiempo pensando en el impacto que los quiebres amorosos tienen en la vida de las personas. Quizás mi propio quiebre me había inspirado aquello. El problema, obviamente, es el de caer en la autoayuda. Género bastardo, siempre está ahí para hacer vacío lo que es existencial. Cuando llegué a los libros de Tusquets, los tomé. Nada interesante a primera vista. Fue ahí cuando agarré un lomo que decía Hombres sin mujeres. Aunque no estaba pensando en aquello, se activó de inmediato mi interés.
A veces hay que arriesgarse
Jamás había leído a Murakami, pero su fama lo precede. Aunque ella, en realidad, es un poco ambivalente. Si pensabas que la gran lucha era entre la democracia y el socialismo real, te equivocas. El mundo se divide en los que aman y en los que odian a Murakami. Además, tal y como dije, no suelo leer autores contemporáneos. ¿Debía arriesgarme? La leyenda del autor me producía duda. Que es un autor hipster, que trata temas simplones, que se parece a Coelho. También estaba ese otro problema: nunca había leído escritores japoneses. Basho, por ahí, era lo único. Sabía algo del talento y la historia de Kawabata y Mishima. ¿Debía arriesgarme? ¿Era Murakami la mejor manera de comenzar mi acercamiento a Japón?
Jamás había leído a Murakami, pero en ese momento decidí arriesgarme. Estaba ahí, sobajeando la tapa negra de la colección andanzas. Leí lo que la editorial quería que leyera en la contratapa. No lo hice porque supiera que le gustaba el jazz, aunque en algún momento pensé en leerlo por eso. Al final, como un consuelo, me dejé llevar por la intriga del título y por mi interés en el tema. Tomé el libro y lo compré. Cuando salí del paseo Bulnes y entré al metro, lo abrí. Por primera vez me puse a leer a Murakami. Lo que encontré ahí es de lo que quiero hablarles.
Hombres sin mujeres
Hombres sin mujeres (Tusquets, 2015) es un libro de cuentos. Son siete relatos, los que al inicio interpreté simbólicamente. Mal que mal, el número siete tiene su historia. Como es usual, estaba en un error. Mi mala costumbre de querer encontrar ciertos patrones me jugó en contra. Esto porque en su versión original, este libro de Murakami tenía solo seis relatos. El simbolismo aquí me jugó a favor, puesto que el seis también tiene su historia. Quizás Tusquets decidió agregar «Samsa enamorado» por alguna superstición repentina, como esos edificios que no incluyen el piso número trece.
De los siete relatos, los dos primeros llevan títulos llamativos. Abrir la tapa me llevó a leer nombres de dos canciones de The Beatles. Hay algo ahí que me parece un poco exagerado y siútico. Uno está bien, pues siempre un cuento podría tener que ver con la música que uno escucha. Dos no es un exceso, pero digamos que podríamos estar frente a una costumbre. Internado ya en las historias, puede uno notar que es así. A Murakami se le ha considerado parte de la llamada «literatura posmoderna». Quizás —lanzaré una hipótesis— puede tener que ver con esa obsesiva necesidad del autor de recitar marcas. Los autos, la ropa, los discos, los equipos de sonido, las máquinas, todo tiene mención de su marca. Lo divertido es que ninguna es japonesa. Quizás he ahí lo más posmoderno de todo: Murakami parece esforzarse por enrostrarnos que es tan occidental como nosotros.
Un libro sobre la soledad
Los motes y etiquetas no son importantes. Que Murakami sea o no posmoderno, es algo que no debe preocuparnos. Mal que mal, esas indicaciones las cuelgan otros en los cuellos de quienes escriben. El individuo que toma el lápiz es, a la larga, quien decide de qué hablará. El autor de Hombres sin mujeres decidió aquí hablar del amor. Mejor dicho, de la soledad tras la pérdida del amor. Sin duda lo logra, pero con una tremenda superficialidad. Así, el relato que nombra el volumen nos dice: «Un buen día, de repente, te conviertes en un hombre sin mujer». Así de sencillo. Una frase así solo adquiere sentido según la experiencia del lector, algo bueno quizás, pero vacío respecto del resto de la historia. Aun así, no deja de ser intrigante. La lectura se vuelve rápida y divertida, pero jamás vertiginosa.
También hay algo que parece extraño. Técnicamente, todos los personajes son iguales. Cuando se lee el primer cuento, hay un halo de misterio que los torna algo fílmicos. Suelen ser lacónicos y extravagantes. Cuando ya se ha avanzado bastante, puede decirse que todos son el mismo. Todas las mujeres de las historias son idénticas. Es el mismo sexo, el mismo engaño, el mismo rostro y la misma personalidad. Los hombres son todos callados, misteriosos, distantes, pero buenos y sensibles. Una vez volteada la última página, te diste cuenta de que lo pasaste bien, pero con la duda de si leíste una novela o varios cuentos. Hay que decirlo: este libro de Murakami es divertido, pero insustancial. Después de haberlo leído, tu vida no cambiará en nada, ni te removerá la mente. De la soledad se ha dicho mucho, pero aquí Murakami no logró ni rozar lo ya dicho.
Es lo mismo, pero no es igual
Después de esta lectura, me quedó una sensación extraña. No cabe duda de que Haruki Murakami sabe narrar y lo hace bien. Aun así, tiene algo repetitivo que lo hace perfecto para quienes quieren mantener su círculo cerrado. Quien busque algo nuevo no lo encontrará ahí. Es como una versión invertida de Julio Cortázar. El argentino, quizás uno de los mejores narradores conocidos, te podía volver loco. No por sus quiebres temporales, sino por las citas. Tanta canción de jazz citada deja a Murakami en el mundo de los moderados. Asimismo, los personajes de Cortázar eran variados y complejos, pero después de cierto tiempo se volvieron estereotipados. Acá en Chile, al menos, ese estereotipo tiene sus adeptos. No falta el intelectualillo que habla de «Charly» y de «el flaco», que escucha solo música argentina y se devora a Cortázar y Borges (hoy, quizás, a Piglia). Quizás por eso, hoy Murakami sea el Paulo Coelho de los hipster.


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