«La senda del perdedor» de Charles Bukowski

Jamás había leído a Bukowski. Él era de esos escritores a los que les guardas su lugar. Había siempre una especie de aura de respeto que me impedía abordarlo sin preámbulo. Asumía que sería un golpe fuerte y no siempre quieres exponerte a algo así. Al menos no sin tomar las precauciones del caso. Llegaría su momento, pues los libros lo eligen a uno y no al revés. No me equivoqué. Hace unos días, pasando por la librería, vi este maravilloso libro y automáticamente lo compré. Abrí la tapa y la primera página mientras esperaba el metro. La senda del perdedor, versión castellana de Ham on Rye, no me decepcionó. Fue un golpe directo, rápido y seco como la vida misma. Con una prosa limpia y directa, Bukowski terminó por ratificar todo lo que yo espero de un buen libro.

La senda del perdedor cuenta la historia de Henry Chinaski. De hecho, es él mismo quien la cuenta. La primera frase da el tono con el que se machacará durante las siguientes 286 páginas. «La primera cosa que recuerdo es estar debajo de algo». Así nada más. La progresión de los hechos es igual de directa. Cada capítulo parece la narración de una pequeña anécdota y cada una parece acercarse más hacia el presente. Los primeros capítulos son fragmentarios y desarticulados, como hechos a retazos. Los últimos, en cambio, te desesperan por su frenesí.

Henry Chinaski contra el mundo del éxito

Henry no es cualquier tipo. Es una persona especial. Desde muy pequeño, entiende a cabalidad el mundo en el que vive. Su sensibilidad lo ubica por fuera del mundo y eso, pueden apostar, no es muy cómodo. A medida que crece, Chinaski lo odia todo. Su claridad lo lleva a entender que vive en el Estados Unidos de primera mitad del siglo XX. La autonarración del país es la del éxito. Todo se fundamenta en él. La política, las mujeres, el colegio, el ejército y la familia, las instituciones que dan forma a la sociedad, requieren del éxito. Al no conseguirlo, se produce una frustración que redunda en violencia. Así aprende que la violencia es consustancial a la adoración del éxito. Primero el padre, luego los niños, después las mujeres, todos ejercen la violencia contra quien no encaja. Por eso aprende a manejar la violencia. Sabe que no quiere encajar.

El protagonista entiende que lo suyo es la autenticidad. Decide vivir su odio contra el mundo. Se niega así al juego de apariencias. El éxito, al ser esquivo para la mayoría, guía a las personas a aparentar. Su padre sale a trabajar todos los días, aunque no tiene trabajo. Lo matricula en una escuela de niños ricos, pues intenta adoptar costumbres de gente exitosa. Henry no soporta aquello. Una mala experiencia con el acné lo deja marcado de por vida. Ahora, además de raro, es feo. La ruptura con las apariencias va más allá de lo performativo, sino que ahora es parte de su cuerpo. No habrá mujeres en su vida. Se decide por el celibato como forma de protesta, como una forma de no rendirse frente a las apariencias y el exitismo. Mal que mal, las mujeres solo buscan dinero, éxito y belleza.

Literatura y alcohol: autenticidad, evasión y fracaso

Bukowski logra construir un personaje muy complejo con muy pocos elementos. Quizás basándose en su propia experiencia, le entrega a Henry dos regalos. Ambos están fuera de lo considerado correcto y exitoso. El primero de ellos es la literatura, mientras que el segundo es el alcohol. Ambos comparten características que resaltan al personaje. El alcohol es la evasión absoluta y, al mismo tiempo, una suerte de suicidio. La literatura es una tarea bohemia e improductiva, pero expresiva. Ahí parece estar la clave. El escritor es un fracasado para los demás, pero eso se debe a la conciencia que ha adoptado de los terrores del mundo. No quiere dejarse llevar, sino que quiere expresarse y ser él mismo. Es una maravilla de personaje. Sádico, violento, alcohólico, pero sensible y consciente. Quien es perdedor para los demás, no compite con nadie.

Muchos, al leer una obra como esta, se quedarán con la violencia y las alusiones al sexo y el alcohol. Sin duda que es llamativo, pero lo interesante está en la crítica a la sociedad exitista. Aunque queramos ver a este escritor como una víctima, él en realidad es el héroe. Ha sabido superar las presiones sociales y vivir a su modo. Esa conciencia se hace evidente por su celibato. No es que solo no haya podido meterse con mujeres, sino que habiendo tenido la oportunidad las rechazó después de provocarlas. Henry Chinaski, el alter ego de Bukowski, estaba más allá de la debilidad. Era él un infeliz por vocación, algo siempre loable en tiempos donde el «buenismo» emprendedor abunda y latea.

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