¿Cómo imaginamos la mirada de un profeta? ¿Segura y firme? ¿Transparente? ¿La vemos como fruto de unos ojos inquisidores o tímidos? Al imaginarla, le otorgamos las características que asociamos a un estereotipo de profeta. Hay, quizás, excepciones simbólicas importantes. Consideremos que Homero es históricamente imaginado como un hombre ciego. El hecho es que, con la ayuda de la fotografía, podríamos ver los ojos de un profeta. ¿Lo reconoceríamos si lo viéramos?
El gran dilema entonces es el paso del tiempo. La fotografía es un invento de la modernidad. Los videntes, en cambio, parecen ser de un tiempo sin tiempo. Ni en los momentos del daguerrotipo ni en los de Instagram, alguien afirmaría su existencia. La ciencia y la tecnología habrían despojado a los charlatanes de sus poderes. El racionalismo habría desterrado a la superstición de nuestro mundo, para siempre.
¿Es esto tan cierto? ¿Es verdad que la razón, la ciencia y la tecnología acabaron con los místicos profetas? No, no es cierto. Solo acabaron con la caricatura que nos hicimos de ellos. Hemos visto a demasiados magos charlatanes como para caer en sus juegos, aunque seguimos escuchando a los que predican con la lengua de la ciencia.
El profeta en Hojas de hierba
En 1855, el poeta norteamericano Walt Whitman publicó su obra más conocida: Hojas de hierba. Tenía 36 años y su imagen aparentaba la de un hombre profundo, de una fuerza natural incontenible. Lo vemos en imágenes, ya más viejo, canoso y barbudo, pero son sus ojos los que hablan más. Claros, tranquilos y directos, al mirarlo sabemos que en él habita el conocimiento de alguna verdad.

Esa primera edición tenía un prólogo. Whitman lo incluyó porque estaba consciente de lo que hacía. Muy en su estilo, mántrico, cíclico, reiterativo y libre, nos legó un manifiesto sobre lo que sería su obra total. Comienza hablando de Estados Unidos y de cómo la tradición y el progreso se funden en su destino manifiesto. Algo obvio, considerando la relevancia de la idea de nación durante el siglo XIX. Por ende, esa apariencia de nacionalismo del poeta debe ser visto con un matiz de optimismo.
América no rechaza el pasado o lo que se ha producido con sus formas o con otras políticas o con la idea de castas o de las viejas religiones… acepta la lección con calma […]
Los americanos tienen probablemente la naturaleza poética más completa de entre todas las naciones de todas las épocas de la tierra. Los propios Estados Unidos son en esencia el poema más grande…
Esta celebración de lo americano responde a la confianza en la idea inspiradora de la revolución de 1776.
Otros estados se muestran en sus representantes… pero el genio de los Estados Unidos no se manifiesta en todo su vigor en sus gobernantes o parlamentos […], sino siempre en la gente corriente.
Así después, recurriendo al sentido de su misticismo individualista adquirido de Emerson, Whitman el profeta describe en su prólogo al gran poeta que es connatural al mundo americano. Ese poeta, esa imagen ideal, es la del profeta que lo abarca todo. Ocupa casi toda la extensión del prólogo en describir lo que caracteriza a este hombre total que acumula y sintetiza todo lo humano. América y él se vuelven una sola cosa, no solo la gente y su cultura, sino también toda la naturaleza del continente.
Cuando la larga costa del Atlántico se extiende más y más y la larga costa del pacífico se extiende más y más él se extiende con ellas hacia el norte o hacia el sur.
El sentido político de lo poético
¿Qué buscaba él al decirnos eso? Cargado de sentido político, Whitman sabía que Hojas de hierba era una especie de poema épico, la síntesis de la epopeya americana. A diferencia de la mayoría de las obras líricas de su tiempo, no buscaba solo un fin romántico y estético. A lo que definitivamente apuntaba era a ser la narración última del espíritu político de Estados Unidos. Aclarar eso fue la función del prólogo de la primera edición. Con Hojas de hierbapensaba ubicarse en el lugar de Homero. Sería entonces el profeta de una nueva época, el profeta de América, la democracia y la revolución de 1776. Sería, entonces, el vate que cantaría las glorias de la modernidad, el progreso y la democracia. En ese sentido, la fotografía nos ha legado la mirada de un vidente. Héroe de lo concreto y la materialidad, a las que Whitman daba relevancia poética, una imagen fotográfica suya resulta ser el homenaje más elogioso.

Hoy, por más que estemos pegados a nuestros celulares, por más que el sentido estético y espiritual se encuentre trastocado por el imperio de lo útil, no hemos dejado de ver entre nosotros a los profetas. La sabiduría del vidente sigue ahí, expresada en la mística de las diferentes épocas. Homero, el primero que cantó la realidad del mundo griego; Dante, que narró los círculos del infierno y la política de su tiempo; Neruda, que buscó plasmar la identidad de toda la América Latina y Whitman que se ha vuelto el profeta de la democracia. En cada uno de esos casos hemos hecho coincidir la figura del poeta con la del profeta. Esto es porque ambos ven cosas que parecen ir más allá. No se trata del futuro, como rezaría la imagen vulgar, sino de las relaciones ocultas de la realidad y la naturaleza. Su herramienta, el lenguaje, es el medio con el que marca el pulso espiritual de todo un pueblo.


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